Si alguien me preguntara cómo suena la ciudad de Nueva York, lo primero que me vendría a la mente serían sirenas y bocinazos de coches; al fin y al cabo, Nueva York no es conocida por nada como la ciudad que no duerme. Pero, como muchas otras metrópolis del mundo, parece que sus ciudadanos se están dando cuenta de que quizá no sea algo de lo que presumir en cuanto a contaminación acústica del paisaje urbano.
Investigadores neoyorquinos participan en un experimento único que espera dotar a su ciudad de la tecnología necesaria para bajar el volumen y resolver el problema de la contaminación acústica. El proyecto, de cinco años de duración y $4,6 millones de euros, ha surgido de la Universidad de Nueva York, que está utilizando la ciudad como un gran laboratorio del ruido. En colaboración con los residentes y el ayuntamiento, los científicos están utilizando nuevas tecnologías para crear una biblioteca de sonidos por toda la ciudad.
La idea es registrar toda la cacofonía de ruidos de la ciudad y sus 8,5 millones de habitantes utilizando la inteligencia artificial más avanzada. Las máquinas reconocerán los sonidos automáticamente, lo que permitirá a las autoridades intentar mitigar los niveles de ruido.
Juan Bell dirige el proyecto "Sounds of NYC" (Sonidos de Nueva York) y afirma que el ruido es sistemáticamente la primera queja civil al teléfono de emergencias de la ciudad, el 311.
Los edificios de la Universidad de Nueva York fueron los primeros en recibir los sensores, seguidos por los de Manhattan y Brooklyn. A finales de 2017 debería haber unos 100 instalados.
Ya hay una serie de estudios e investigaciones en todo el mundo que sugieren que diversos problemas de salud, la pérdida de audición e incluso los descensos en el rendimiento escolar pueden estar relacionados con altos niveles de contaminación acústica. Estos vínculos y características se amplifican en zonas como Manhattan, donde los rascacielos actúan como "cañones de sonido" y lo hacen todo más ruidoso.
La financiación procede de la National Science Foundation y los sensores están programados para no grabar más de 10 segundos consecutivos, a fin de evitar acusaciones de espionaje a los charlatanes neoyorquinos. Los investigadores esperan indexar miles de sonidos que, en última instancia, ayuden a los ordenadores a identificar inmediatamente la fuente de un sonido molesto.
Lo que ocurra entonces dependerá de los responsables municipales, los presupuestos disponibles y otros obstáculos -físicos o fiscales- que haya que superar. Los bares y restaurantes ruidosos son relativamente fáciles de tratar como infractores estacionarios, pero ¿cómo tratar, por ejemplo, los bocinazos de corta duración e impredecibles?
Los investigadores creen que la intervención debe ser más rápida y específica. Los primeros resultados parecen confirmar que el problema no se denuncia, quizá porque los residentes se han acostumbrado a hacer oídos sordos a los problemas, literalmente.
Con el tiempo, a medida que avance el experimento, el equipo de la Universidad espera perfeccionar su tecnología y, en última instancia, hacerla aplicable a prácticamente cualquier ciudad del mundo. Mientras tanto, Nueva York es el laboratorio mundial del ruido.